Un consumidor tarda de término medio en recorrer un supermercado unos 40 minutos, estimándose que únicamente dedica a cada producto por el que se interesa unos cinco segundos hasta depositarlo en el carro de la compra. De ello se desprende la trascendencia del packaging para reclamar su atención y convencerle en tiempo récord de lo aconsejable de adquirir ese producto y no otro afín.
Un buen diseño de packaging es aquel que demuestra capacidad para dotar a un producto de un inusitado atractivo para un consumidor que inicialmente no estaba predispuesto a comprarlo.
Como ejemplo, un frasco de mermelada, producto que bien puede encasillarse como tipo gourmet o premium, en el cual cobra especial importancia el packaging. Puede darse el caso de que su envase, una vez adquirido, resulte tan fascinante que su comprador tienda a resistirse a abrirlo por su magnífica presentación; será la mejor muestra de un buen diseño de packaging.
El titular de una marca tiene sus miras puestas en distinguirse de la competencia hasta el punto de ofrecer productos que el consumidor considere insustituibles en su género. El lineal de un supermercado es un potente generador de estímulos visuales, ante los cuales el consumidor responde con la elección de unos u otros artículos, entrando para ello en juego factores diversos como marca, etiqueta, envase y embalaje. De hecho, el packaging es un elemento clave como vínculo emocional entre marca, su envase y el consumidor.
Cuando un fabricante busca un buen diseño de envase ansía otorgarle un valor añadido que lo convierta en un potenciador de las ventas, transmitiendo un mensaje de producto de alta calidad y lanzando un dardo de incitación a la compra cuando, en escasos segundos, debe tomarse una decisión entre un producto y otro.
Pero no solamente las emociones alimentan al packaging, pues en él brilla con luz propia un objetivo irrenunciable: fidelizar a los clientes.